lunes, 16 de noviembre de 2009

V

Más tarde, el Vagabundo no recordaría cuándo se había levantado y dejado a aquella mujer con su ajedrez. Se encontró rodeado de copos de nieve rojos como corazones, manchando la nieve con regueros de sangre. El Vagabundo se dejó fluir entre ellos, pero pronto empezó a preguntarse si eso sería lo correcto. Los copos caían aleatoriamente. Comenzó a bailar y se agolparon en torno a él, y chilló de alegría mientras los copos le manchaban el rostro de espeso carmesí. Pero cuando les dirigió la palabra, los copos se alejaron regando de sangre otros sitios. El Vagabundo corrió detrás de unos y otros, pero los copos formaron un círculo, esquivándolo.

Se dedicó a eso durante largo rato, hasta que se sintió cansado y, llorando, se echó a dormir. Los copos volvieron a caer aleatoriamente, tiñendo el suelo y el cuerpo del durmiente. Al rato el color de aquellos copos no parecía sangre, sino vino tinto.

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