domingo, 22 de noviembre de 2009

IX

El Vagabundo llegó a un abismo que separaba dos grandes extensiones de nieve. Sobre el abismo se alzaba un sólido puente de piedra partido por la mitad, en un extremo estaba el Vagabundo, en el otro extremo, una mujer de pie. Su cabello le recordaba a un fuego lento y dócil, sus ojos a un fuego ardiente, y el resto de su cuerpo desnudo a un incendio. Miraba silenciosa al Vagabundo.

¿Quién eres?, preguntó el Vagabundo, como si anhelara verla desde hacía mucho tiempo. Ya lo sabes, respondió ella como si anhelara verlo desde hacía mucho tiempo.

¿Por qué estás allí? Porque así ha de ser.

Quiero estar contigo. Y yo también.

Pero no puedo atravesar este puente. Y yo tampoco.

Te quiero. Y yo a ti.

El Vagabundo se dedicó a mirarla durante mucho tiempo. No supo cuánto. Se frotó los ojos, y cuando los abrió sólo vio llamas desvaneciendose. El Vagabundo siguió allí, con la esperanza de que reapareciera. Y al final se marchó.

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