domingo, 15 de noviembre de 2009

IV

Llegó a un sitio donde había un ajedrez de marfil con casillas de mármol blanco y rojo. A cada lado había una silla, y en una de ellas había sentada una Mujer Barbuda. En la otra un espacio hueco donde el Vagabundo se sentó.

Sobre las casillas había esperado ver dos ejércitos desafiantes, sin embargo sólo encontró la figura de una esbelta mujer, elevada como un pináculo y ataviada con lujosos trajes blancos, con una corona de cuarzo blanco ceñida en la cabeza. Las casillas circundantes estaban pobladas por gigantes de hielo, mucho más pequeños que ella. En el otro extremo la figura de un hombre con calzas, jubón y sombrero humilde, tendido al lado de un árbol de piedra. Tan alto como los gigantes.

La mujer barbuda se inclinó hacia él, tratando de imitar la voz de un hombre: ¿No os reconoceis? Sois vos, caballero. El Vagabundo frunció el ceño: ¿Y de qué va este juego? La Mujer Barbuda respondió: No sería propio decir de qué va un juego que no puede levantar sus patas y caminar, preguntame por las reglas.

¿Cuáles son las reglas de este juego? Escúchame bien, el Vagabundo pelea contra todos los gigantes y luego toma a la Emperatriz de los Reinos Helados. Siempre combate solo, y al final quizá venza. Pero ahora no puedes jugar: estás tendido al lado de un árbol, soñando con oro, sangre, seda y carne.

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