sábado, 14 de noviembre de 2009

III

Siguió caminando.

Como seguiría haciendo siempre que vagabundeaba por aquellas soledades frias y azuladas, pensaba.

El mundo que veía ante sí le resultaba muy triste, muy frío. La brillante blancura de las extensiones heladas le habría parecido bella en otras circunstancias. Vagabundeando sólo le parecía representar una tragedia de la que, sin saber por qué, él se sentía protagonista. Se sentía desdichado, solo, no comprendía el por qué de la nieve, ni el del frío.

Frente a sus ojos había nieve y más nieve. Los copos no habían dejado de caer desde que abrió los ojos, y él no los había cerrado desde entonces. Las montañas seguían lejanas e imperturbables, nevadas en sus afiladas copas, los filos confundiendose en el cielo gris-azulado. Había cambiado de dirección en más de una ocasión, pero el paisaje permanecía invariable y cruel.

Pese a todo, aquel frio lo angustiaba profundamente. Recordaba el calor, el calor era rojo y agradable. En sus recuerdos el calor bailaba. Pero allí había nieve. Así que siguió caminando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario