miércoles, 21 de abril de 2010

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XVI

Pero el Vagabundo no aguardó a la llegada, y antes que la mujer llegara, se apoyó en el Árbol y comenzó a dormir muy profundamente. Desde entonces no fue Vagabundo, sino Soñador, y la mujer, la Emperatriz, se quedó allí, deseosa de decirle tantas cosas, que de lejos había venido para hablar con él, acariciándole los cabellos, llorando y reprochándole en silencio.

domingo, 13 de diciembre de 2009

XV

El Vagabundo vagabundeaba. Contemplaba los paisajes y se frotaba los ojos porque le parecía que algunos le eran familiares.

¿Habré pasado por aquí antes? se preguntó. La respuesta apareció ante si cuando a distancia de él vio el Árbol de Piedra. Camino hacia él y se situó bajo su copa.

El Árbol le habló: ¿Qué, te has cansado de viajar?

No, mis pasos me trajeron aquí, contestó el Vagabundo. ¿Has encontrado muchas cosas? En realidad, no he encontrado nada, respondió de nuevo el Vagabundo. Mientes, seguro, apostó el Árbol.

Quizá, ¿qué más da? Aquí he vuelto, con el mismo equipaje, y puesto que he vuelto, a ningun lugar he llegado. Sólo he vuelto. El Vagabundo se sentó al pie del Árbol.

El Árbol resopló: No tienes remedio, deberías ser Árbol de Piedra. ¿Cómo es ser Árbol? preguntó el Vagabundo. Ser Árbol es muy tranquilo y muy quieto, nunca andas, ni matas, amas tu tierra porque te sustenta y nunca la destrozas y además mueres de pie. Debe ser muy aburrido, dijo el Vagabundo. Yo me aburriría si después de tanto caminar no encontrara nada, me quedo con mis Hojas de Piedra y mis montes lejanos, aseguró el Árbol.

¿Cómo es ser de Piedra? Es muy duro, respondió el Árbol, así nadie te mata, pero tampoco mueres nunca.

Vaya, dijo el Vagabundo, sino te importa me volveré a recostar sobre tus raices hasta que un día tal vez vuelva a despertar. Espera, dijo el Árbol apremiante, si te fijas de lo lejos viene una mujer serena, habla con ella.

viernes, 11 de diciembre de 2009

XIV

El Vagabundo llegó a una roca donde estaba sentada la Madre, adulta, bella, grácil y serena, el cabello negro cayéndole en cascadas onduladas, los ojos castaños erizados de amor. La Madre lo llamó, ven mi dulce Hijo, le decía, yo te arroparé. El Vagabundo se echó sobre su regazo.

Se despertó con un crujido, levantó su cabeza y contempló a la Madre. Los ojos de la Madre tenían la mirada, su piel parecía porcelana. El estómago fue lo que primero se quebró, por el peso del Vagabundo, y el resto de la porcelana se desmoronó. Dentro de ella sólo había polvo y algunos fragmentos de cerámica blanca observandolo como ojos y otros sonriendole como labios.

lunes, 30 de noviembre de 2009

XIII

A veces el Vagabundo se echaba a dormir y soñaba que caía tanta nieve que tapaba las montañas y caminaba sobre una llanura infinita. Cuando se despertaba, la nieve lo había cubierto, pero las montañas seguían ahí.

A veces se cernía la noche, y el Vagabundo iba a tientas, sabiendo su destino aún menos que por el día.

A veces se daba cuenta de la evidencia, que aquellos parajes helados no lo mataban de frío.

XII

El Vagabundo pasó entre jardines de lanzas y espadas clavadas en el suelo, con las empuñaduras y astas desafiando al cielo. El viento se agitó con furia, los copos, de algodón esta vez, le golpeaban la cara y hojas afiladas venidas de los dioses sabían donde le rasgaban suavemente las mejillas. El Vagabundo se cubrió con las manos.

Comenzaron a caer truenos de papel, de la tierra brotaban ópalos iridiscentes allí donde la energía se clavaba. El Vagabundo entornó la vista, el viento cesó, y a lo lejos vio una hueste de gigantes de hielo en torno a una mujer.

La Emperatriz de los Reinos Helados avanzaba con su corte invernal. Irá a mi encuentro, pensó él mientras el solemne ejército avanzaba.

Verla le producía los peores sentimientos al Vagabundo. Una angustia apisonadora, una fria apatía, un dolor sabor pomelo, ganas de llorar océanos. Si llorara ahora, se dijo, la Emperatriz me vería, pero el océano se la llevaría antes de alcanzarme y la angustia, el dolor y la apatía podrían poner de nuevo mayores muros y distancias.

El Vagabundo lloró y un océano de lágrimas barrió la hueste de gigantes. Las espadas y las lanzas desenterradas les dieron muerte y los ópalos cubrieron sus cuerpos en sepulcros iridiscentes.

La vorágine se llevó muy lejos a la Emperatriz.

domingo, 29 de noviembre de 2009

XI

Los copos de nieve eran melodías en el cielo, marcados al compás del viento. El Vagabundo había llegado a un jardín y se puso a recoger rosas rojas del suelo. Las había visto morir mientras las sostenía.

Todo es blanco y gris y azul, y a veces, a veces rojo, pero siempre se me marchita en las manos, se dijo el Vagabundo. Comeré de estas flores antes de que mi tacto mate sus colores.