viernes, 11 de diciembre de 2009

XIV

El Vagabundo llegó a una roca donde estaba sentada la Madre, adulta, bella, grácil y serena, el cabello negro cayéndole en cascadas onduladas, los ojos castaños erizados de amor. La Madre lo llamó, ven mi dulce Hijo, le decía, yo te arroparé. El Vagabundo se echó sobre su regazo.

Se despertó con un crujido, levantó su cabeza y contempló a la Madre. Los ojos de la Madre tenían la mirada, su piel parecía porcelana. El estómago fue lo que primero se quebró, por el peso del Vagabundo, y el resto de la porcelana se desmoronó. Dentro de ella sólo había polvo y algunos fragmentos de cerámica blanca observandolo como ojos y otros sonriendole como labios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario